De la necesidad de estudiar los terremotos para paliar sus terribles efectos


Si un terremoto se produce en una zona deshabitada, no tiene mayores consecuencias. Pero cuando se produce en una población, ellas pueden ser desastrosas. La historia de la humanidad registra muchas tragedias debidas a bruscos movimientos de la superficie terrestre. Son de triste memoria, entre muchos otros, el terremoto que destruyó a San Francisco (Estados Unidos), el 18 de abril de 1906, y el que arrasó la ciudad de San Juan (Argentina), el 15 de enero de 1944, causando 10.000 muertos.

Lo más terrible en estos casos es que los terremotos se producen, generalmente, sin que ningún signo advierta su proximidad; sorprende a los habitantes, muchas veces, mientras están sumidos en el reposo, sin dar tiempo a que se pongan en salvo. Claro es que los terremotos, desde el punto de vista científico, son muy útiles, pues permiten estudiar las causas que los provocan y la manera como se producen. Ese estudio es el que permite obtener datos que permiten moderar los efectos de tan destructivos fenómenos. Por una parte se trata de llegar a predecir los fenómenos sísmicos, de modo que haya tiempo de ponerse en salvo. Por otra, al saber de qué manera se mueve el suelo, se pueden arbitrar medios para construir edificios que soporten bien la sacudida, sin sepultar bajo sus escombros a los moradores. Modernamente se construyen edificios antisísmicos, que proporcionan seguridad a sus habitantes en las zonas más propensas a los terremotos.