Miguel de Cervantes Saavedra, héroe de Lepanto


En el año 1570 alióse España con Venecia y con el Papa para combatir a los turcos. La idea de la guerra con un enemigo tan feroz hizo latir de contento el corazón de aquel joven soldado de veinticuatro años. Se embarca en la escuadra de la Liga, compuesta de 300 galeras y treinta mil soldados. En la costa norte del golfo de Corinto está la pequeña ciudad de Lepanto, frente a la cual se desarrolló, el 7 de octubre de 1571, una de las más importantes batallas navales que registra la historia. Cervantes, que forma parte de la tripulación de la Marquesa, amaneció con calenturas, y el capitán y sus camaradas lo quieren retirar de cubierta por no estar en condiciones de continuar en el combate.

-Más quiero a mi Dios y a mi Rey que a mi salud. Póngame, capitán, en la parte y el lugar que más peligrosos sean. Allí moriré peleando.

-Si es así, toma doce soldados y pelea desde el esquife.

Bizarría y denuedo, desprecio por la vida, él ¡que tanto la amaba!, demostró en aquella sangrienta batalla naval. Dos arcabuzazos, uno en el pecho y otro en la mano izquierda, que se le inutilizó para toda la vida, fueron su salario. Cervantes combatió como un león; en ese puesto de peligro realizó verdaderas proezas, alentado sin duda por la idea de que, con cada golpe que descargaba sobre los aborrecidos turcos, libraba de sus ignominiosas cadenas a uno de aquellos infelices esclavos cristianos que veía en las galeras enemigas. Muchos años después él recordaría aquel combate con estas elocuentes palabras: “Blandía con una mano la espada y de la otra manaba a borbotones la sangre. Mi pecho se hallaba desgarrado por una profunda herida y tenía la mano izquierda destrozada, pero era tan inmensa la soberana alegría que inundaba mi alma, que ni siquiera sentía mis heridas. Perdí el uso y movimiento del izquierdo, para mayor gloria del derecho”.

Curado de sus heridas, al año siguiente vuelve Cervantes al servicio activo en el regimiento de Lope de Figueroa, compañía de Manuel Ponce de León. Actúa en el combate de Navarino y recorre con su regimiento Sicilia y Genova, Florencia, Roma, Ancona, Venecia, Parma, Ferrara, Milán y Plasencia, demorándose largo tiempo en Nápoles, que fue para él la más querida ciudad de Italia.