MARCO AURELIO: un pensador en un trono


Un rey sabio, como tantas veces se ha dicho en esta obra, es aquél que sabe hacer feliz a su pueblo; y no solamente lo decimos nosotros, lo han dicho también grandes hombres. El gran filósofo Platón, escribiendo acerca de su ciudad ideal, dijo que únicamente podría el mundo librarse de la maldad humana, siendo gobernados los pueblos por filósofos, es decir, estando el poder en manos de los hombres más sabios. Pero la felicidad no es un don de los reyes. Sucedió una vez que la ilusión de Platón llegó a ser realidad. En Marco Aurelio tenemos al rey-filósofo; al gobernante que prefería la soledad de sus horas de estudio a la esplendidez fastuosa de la corte; al soldado que amaba más la paz que la guerra. Sin embargo, Marco Aurelio no hizo feliz a Roma. Verdad es que la felicidad depende de nosotros mismos y no de los reyes; y en el emperador romano, antes citado, vemos al hombre extraordinario, que teniendo a su alcance la felicidad, no pudo dársela a su pueblo; porque, aunque emperador de Roma, no podía ser nunca el dueño de los destinos del mundo ni de la voluntad de los hombres, quienes deben, por eso, elaborar su propia felicidad.