Conficio purificó totalmente el culto de los antepasados

La continuación de la vida de un pueblo depende de los padres y los hijos. Al predicar Confucio el amor y el respeto para los padres, predicaba la unión de los hombres, la fuerte y duradera comunidad nacional. Cuando estudiamos las costumbres más antiguas, hallamos siempre variando de aspecto, según los tiempos y lugares, un sentimiento inmortal que podríamos llamar el culto de los antepasados. Los mismos salvajes hacen ofrendas al espíritu de sus muertos. Muchas veces, en el culto a los antepasados, hay excesos absurdos e impropios. Por ejemplo, ciertas personas creen en la visita de los espíritus, y existen salvajes que sacrifican a sus semejantes, creyendo con ello dar gusto a sus parientes muertos. Todo esto es horrible. Pero de Confucio podemos decir que, tomando el culto a los antepasados, común a todos los pueblos en esta o aquella forma, lo purificó volviéndolo razonable y práctico, para lo cual hubo de expurgarlo de viejos resabios vergonzosos. Así la existencia nacional de los chinos ha sido duradera, por haber cumplido, sin saberlo, con uno de los preceptos de nuestra religión. Esta sana enseñanza hace fuerte a una familia; y es bien sabido que, en todas las latitudes y en todos los tiempos, de las familias sólidamente constituidas nacieron las naciones más poderosas, pues siempre resulta débil una nación donde son débiles las familias.

Debemos tener presente que existiendo en China el culto a los antepasados, éste sirve para honrar el ayer y preparar el mañana. Según la creencia y las prácticas chinas, derivadas de la doctrina de Confucio, los padres son ciudadanos respetados y venerados por sus hijos; y cuando mueren, sus hijos honran sus restos, los entierran con honor y protegen sus sepulcros, que se conservan como sagradas reliquias.

Resulta, pues, que los hijos son necesarios. El hombre debe tener hijos. Así todos los chinos se casan muy jóvenes, considerando que seria un verdadero desastre morirse antes de haber sido padre. Por consiguiente, el matrimonio y la familia son cosas sacratísimas en China.

Con sólo meditar un poco sobre ello, comprenderemos la importancia trascendental que tiene para una nación esto de que los hombres crean que su deber es tener hijos y de que los hijos veneren a sus padres. Otros caminos siguió también Confucio para enseñar al pueblo que debía cuidar de la juventud, honrándola y dedicándole especial atención. Precisamente, como lo hizo un pensador romano muchos años después, insistió sobre este punto, valiéndose de todos sus medios de convicción, y dícese que empleó estas palabras:

«Debemos al niño una mirada cuidadosa y constante. ¿Cómo podremos diferenciarles o bien hacerles iguales a los hombres de hoy? Sólo cuando sean ya hombres maduros, cuando tengan cuarenta o cincuenta años y no hayan hecho nada notable en su vida, es cuando debemos retirarles nuestra protección y cuidado».

He aquí algunas de las más célebres frases de Confucio, sobre el ineludible deber de honrar a los padres, así como a los hermanos, que son hijos de los mismos padres, a quienes debemos veneración:

«El respeto a los padres y una amistosa armonía entre hermanos son la principal raíz del árbol del sentimiento que debe desarrollarse entre los hombres.
»Los niños deben demostrar siempre su amor filial, hasta cuando sus padres estén ausentes. Que sean cuidadosos y sinceros, que amen toda virtud humana y que empleen sus ocios, después de haber paseado y jugado lo bastante, en adquirir buenos conocimientos del arte y de la música.
»E1 que después de haberse sometido durante tres años a la voluntad de su padre, sigue fiel a este principio, aunque su padre haya muerto, adquiere el derecho a que se le tenga por un buen hijo.
»A los padres solamente debe serles permitido un dolor: el de ver a sus hijos enfermos.
»E1 amor filial no sólo consiste en atender a los padres en su ancianidad; también los perros y caballos los atienden. Si los hijos no sienten profundamente el amor y respeto filiales, ¿en qué se diferencian de los caballos y los perros? Trabajar para los padres ancianos y llenar su plato de alimento no es bastante para comportarse como un hijo bueno y respetuoso.
»Un hijo que ayude a sus padres puede darles también un consejo amable; pero si el consejo no fuera aceptado por éstos, él no deberá enfadarse ni sentirse herido en su orgullo, sino que se callará respetuosamente. Mientras vivan sus padres, cuidará de no irse demasiado lejos, si viaja; en todo caso, no descuidará el escribirles comunicándoles su punto de residencia. Un buen hijo no debe olvidar nunca la edad de sus padres. Y si éstos llegan a ser muy viejos, deberá alegrarse de que hayan vivido mucho tiempo, lamentando a la vez que les queden pocos años de vida.
»A los ancianos debemos procurarles el descanso; con los amigos debemos ser sinceros; a los niños los trataremos siempre con ternura.
»E1 hombre no tiene que mostrarse apenado porque no tenga hermanos; hermanos suyos son todos los hombres del mundo.»