Vencido y traicionado, Marco Antonio se quita la vida

Cleopatra, en un momento de desesperación producida por el miedo, fue a refugiarse en una gran tumba que había hecho preparar para ella misma, e hizo que se extendiera el rumor de su muerte. Al oírlo Antonio afligióse en extremo. Tenía entre su servidumbre un criado, llamado Eros, que entró a servirle con la condición de que debía matarle si él se lo suplicase algún día. Llamó, pues, Antonio a Eros para que cumpliese con su promesa. Éste desenvainó la espada e hizo ademán de matar a su amo; pero volviéndose rápidamente, hundióla en su pecho y murió.

-Esto que acabas de hacer, Eros, es muy grande -dijo Antonio-. Tu corazón no pudo consentir que dieras muerte a tu amo, pero le has enseñado con tu ejemplo lo que debe hacer.

Y apoyado contra la punta de su espada, se traspasó con ella.

Cleopatra obtuvo permiso para sepultarle con todo el esplendor debido a su alto rango, y luego, sabiendo que Octavio quería llevársela a Roma para honrar más su entrada triunfal en la ciudad, pidióle permiso para ir por última vez a la tumba. En ella, despidióse de los muertos de una manera conmovedora; púsose después sus más hermosos atavíos y pidió la cena. Se diría que esta mujer, que había vivido con el mayor boato, quiso que su muerte fuera extraordinaria.
Cuando los oficiales de Octavio volvieron, hallaron a Cleopatra sin vida y tendida en un lecho de oro. Una de las dos esclavas que la asistían estaba ya muerta. Y la otra, que colocaba una corona en la cabeza de su ama, murió después. Dícese también que murió de la picadura de un áspid que estaba escondido entre las frutas de un cesto. Enterróla Octavio en la tumba, al lado de Antonio, con toda la pompa debida a la última reina de Egipto. Murió en el año 30 a. de J. C, a los treinta y nueve de edad.