UN ARQUEÓLOGO QUE SE CONVIRTIÓ EN GUERRILLERO


Todas las guerras dejan como saldo glorioso una cantidad de héroes, que los pueblos honran según los servicios que les hayan prestado. Además de los grandes, de que abundan las páginas de la Historia, hay otros héroes menores cuya vida y hazañas dejan en el corazón de los hombres un recuerdo singular y pintoresco. Tal es el caso de Thomas Edward Lawrence, personaje casi novelesco de la primera guerra mundial.

Lawrence nació en Gales, en 1888. Estudió en Oxford, y fue becado para estudiar arqueología en Siria y la Mesopotamia. El joven inglés se proponía ser arqueólogo; pero, como suele decirse, el hombre propone y ... la Historia dispone: así, lo que dispuso la Historia en este caso fue que estallara la guerra de 1914 y que Lawrence fuera un héroe de ella en vez de ser un sabio arqueólogo.

Todos sabemos que durante mucho tiempo los árabes vivieron bajo el dominio turco. Al estallar la guerra, Turquía se puso del lado de Alemania. Aquí comienza la intervención de Lawrence. Su gran misión fue levantar al pueblo árabe contra Turquía. Con ello se proponía dos cosas: primero, liberar a los árabes de la dominación turca, y segundo, incorporarlos a la causa aliada, que para los ingleses también era una causa de libertad.

Proclamada la rebelión árabe, la lucha se extendió por toda Arabia, hasta el Mediterráneo. Lawrence, en representación de su país, entabló negociaciones con los rebeldes. Aceptadas, consiguió que Feisal, hijo del jerife de La Meca, fuera el jefe árabe encargado de dirigir la guerra. El ex arqueólogo no era militar, pero conocía las escaramuzas del desierto mejor que nadie. Por eso, arrogándose tan sólo el título de consejero de Feisal, fue él quien en realidad planeó y dirigió la mayoría de las campañas. Y es de las extraordinarias proezas que realizó en estas guerrillas de donde proviene toda su fama. Los turcos jamás hubieran sospechado que aquel hombre pequeñito, con fisonomía de semita y vestido a la usanza árabe, era un arqueólogo inglés que dominaba la estrategia y la táctica del desierto. De esta manera, el improvisado árabe expuso la vida en los frentes; enseñó y ayudó a volar puentes, trenes y vías de ferrocarril; asaltó campamentos y previo todas las trampas del desierto con sus aguas envenenadas, con sus pastores espías, con sus tribus sobornadas, sin que desfalleciera nunca su ánimo. Y así, la guerra marchó adelante, hasta que después de varios años de lucha las tropas árabes entraron triunfalmente en Damasco, baluarte de la resistencia turca, a fines de 1918.

Terminada la guerra mundial con la derrota de Alemania, Lawrence acompañó a Feisal en la Conferencia de la Paz de París. Como creyera que los aliados no cumplían los compromisos contraídos con los árabes, se negó a aceptar las condecoraciones que su país le confería. Renunció también a su grado de coronel del ejército inglés y se alistó como simple soldado, mudando su nombre por el de Ross. Así actuó después en las Reales Fuerzas Aéreas y en el Cuerpo de Tanques, y más tarde en la India.

Sin embargo, la obra de Lawrence no se perdió, sino que, por el contrario, fructificó en la formación de. tres reinos árabes: el del Irak, el de la Transjordania y el del Hejaz, cuyos reyes fueron, respectivamente, Feisal, Saud de Nejd, y Abdullah. Después del triunfo árabe no faltó quien hablara de proclamar a Lawrence rey de Arabia, y por cierto que hubiera bastado una sola palabra suya para que los árabes, que lo veneraban como a un libertador, lo coronasen. Pero él, fiel a su modo de pensar, rechazó toda sugerencia. Por todo esto, la posteridad, siempre justa, ha conferido a Lawrence, en premio a su obra y a su conducta desinteresada y ejemplar con el pueblo árabe, el título honorario de "rey de Arabia, sin corona", título tan glorioso como el de sabio arqueólogo.