DE GRUMETE A ALMIRANTE


Si la gente de mar tuviera que escoger algún modelo que le sirviera de guía en su arrojada carrera, podría tomar como arquetipo la figura del generoso y denodado Pleville, quien comenzó su carrera desde grumete, sirvió a su país por espacio de sesenta años y alcanzó las más altas dignidades. Su intrepidez y su humanidad llegaron a ser proverbiales en Francia. Una de sus muchas anécdotas nos cuenta que Pleville era teniente del puerto en Marsella a fines de 1770, cuando una tormenta empujó hacia la bahía a la fragata inglesa Alarma. Aquella noche, profundamente oscura, el tiempo era espantoso; el navío corría peligro de estrellarse contra las rocas.

Pleville reúne apresuradamente a todos los marineros que halla en el puerto y los exhorta a salir en auxilio de la fragata inglesa. Los marineros, avezados en el peligro, titubean. Pleville se rodea entonces el cuerpo con una cuerda y se desliza al mar por entre las rocas, jugándose la vida, dada la furiosa embestida de las olas que pueden en cualquier momento golpearlo con su ímpetu y fuerza incontenibles. Las olas lo rechazan; desafía sus golpes, sube por las rocas, cuyas aristas desgarran sus carnes, y llega al fin a la fragata. Olvida enseguida todos los riesgos que ha corrido y no piensa sino en el peligro que acecha a la tripulación inglesa. Dirige la maniobra, timonea él mismo la fragata entre las rompientes y consigue conducirla salva al puerto.

Este acto de arrojo es más admirable si se considera que Pleville era cojo, pues una bala de cañón se había llevado su pierna derecha. Algún tiempo después del salvamento de la Alarma, y siendo ya alférez de navío, perdió en un combate naval su pierna de palo. Al verlo caer, asustado, le pregunta el capitán si estaba malamente herido.

-No -contesta sonriendo Pleville-; la bala sólo ha dado trabajo al carpintero esta vez...

Otra bala de cañón se llevó de nuevo, en 1759, su pierna de palo cuando mandaba el navío Hirondelle, con el que atacó y apresó tres buques ingleses armados en guerra. Esas anécdotas, entre tantas que podrían narrarse de Pleville, sirven para exaltar su valor. Pero su personalidad tenía otras facetas que lo hacen digno de destacarlo entre los hombres que poseían la virtud del desinterés y del generoso desprendimiento.

Durante la guerra de la independencia de Estados Unidos de América, en 1778, Pleville fue comisionado para efectuar la venta de los buques tomados a los ingleses, que produjo la suma de dos millones de francos. Satisfecho el almirante francés del resultado, consultó al gobierno para que concediera el dos por ciento a Pleville, quién rehusó aceptarlo, expresando que su sueldo bastaba para cubrir sus elementales necesidades.

Nombrado ministro de marina en 1798, recibió el encargo de visitar las costas del oeste, y se le entregó la suma de cuarenta mil francos para cubrir los gastos de aquella misión. Pleville no gastó más que ocho mil y devolvió el resto al Tesoro. Pero ocurrió que la suma total había ya sido asentada en el registro de los gastos y por lo tanto no fue aceptada la devolución. Pleville insistió, y como recibiera igual respuesta, manifestó su deseo de destinar aquellos treinta y dos mil francos a la erección de un monumento útil. Se emplearon, ante su insistencia, en la construcción de un telégrafo que funcionó largo tiempo en los altos del palacio del Ministerio de Marina, en la plaza de la Concordia de París.


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