UNA FELIZ OCURRENCIA


Cuando llegó el período de vacaciones escolares, el matrimonio García resolvió premiar a sus hijitos Adriana y Horacio, por su dedicación al estudio, con una larga permanencia en las playas del mar.

La víspera de la partida, la niña tuvo una feliz ocurrencia: pensó que, como iba a llevar consigo a su muñeca, sería divertido colocar en la parte superior de la hermosa casita que ésta tenía instalada sobre la mesa de la glorieta del jardín, un cartel con la siguiente inscripción: "Se alquila casita amueblada".

Mientras la niña limpiaba la casa y los muebles, que iba sacando por la ventana, Horacio pintó las letras, con tinta negra sobre cartón blanco, y fijaron el letrero sobre el tejado.

Como en ese momento la mamá los llamó y luego estuvieron muy atareados ayudando a preparar los equipajes, no volvieron más por allí, y quedó abierta la ventana de la sala que, en el apuro, olvidaron de cerrar.

Rápidamente transcurrieron los días durante el mes de vacaciones en las soleadas playas; inolvidables días que los niños deseaban no terminasen nunca; pero todo llega a su fin y hubo que regresar. Al llegar a su hogar, lo primero que hizo Adriana fue llevar la muñeca a su casita; pero algo muy raro había sucedido allí: al abrir la puerta halló plumas y trocitos de paja diseminados por todas partes y vio dos ojitos negros brillantes que la miraban fijamente desde la tapa del piano. ¡Era un pajarillo echado en su nido!

Corrió entonces a llamar a su hermano:

-¡Horacio, ven y mira lo que hay en la sala de la muñeca!

El niño miró y, al ver la ventana abierta, diose cuenta enseguida de lo ocurrido: los pajarillos, animados por la tranquilidad del lugar, habían entrado allí, y construido su nido sobre la tapa del piano.

En un principio los pajarillos estaban inquietos, pero pronto se acostumbraron a la presencia de los niños que diariamente les traían comida y renovaban el agua en un recipiente que habían colocado sobre la mesa. La hembra permanecía casi todo el día echada sobre los huevecillos. y el machito se posaba, a menudo, sobre la chimenea de la sala y entonaba dulces canciones. Pronto los tres huevos se transformaron en otros tantos polluelos, cuyo tierno piar llenaba de alegría la salita.

Los niños pasaban todos los días agradables momentos mirando cómo los pájaros alimentaban a sus pichones y, un día, cuando éstos saltaron del nido, Adriana abrió de par en pailas puertas de la casita.

Después de muchos ensayos, los pichones saltaron del nido, volaron hasta la ventana y, envalentonados por el éxito, comenzaron a revolotear por la glorieta, piando constantemente; a los pocos días abandonaron definitivamente la casa de la muñeca.

Fue ese un momento triste para los niños, y ahora, aunque la mejor muñeca de Adriana se pase todo el día sentada frente al piano, con los dedos sobre el teclado, la casita está tan triste que parece vacía; nadie entona canciones tan dulces como las del pajarito ni se oye el tierno piar de los polluelos.

-Mucho más agradable era -dice Adriana a su hermano- cuando lucía el cartel: "Se alquila casita amueblada", y una familia de intrusos vivió toda la temporada sin pagar alquiler.

-No te lamentes, hermana; piensa que los pájaros no han sido creados para vivir en cautividad, que aprecian la libertad por sobre todas las cosas y que por eso, a pesar de la hermosa casita y la abundancia de alimentos y cuidados, han preferido vivir al aire libre.


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