El conejo socorre a la tortuga


Cierto día vio el señor Conejo a la señora Zorra que corría con mucha premura hacia su casa con un gran saco al hombro, dentro del cual gritaba y se agitaba alguna cosa.

-Me parece que conozco ese chillido -se dijo el señor Conejo-. Que me abran en canal, si no es verdad que ahí va mi amiga la señora Tortuga.

Tomó el señor Conejo un atajo por el bosque y, llegando a la casa de la señora Zorra antes que ésta, penetró en el jardín, destrozó unas cuantas plantas y se escondió en unos arbustos cercanos a la puerta. Al poco tiempo llegó la señora Zorra con el saco a cuestas.

Entonces el señor Conejo sacó por entre las hojas la cabeza y le gritó:

-Coge el garrote más recio, señora Zorra, que en el huerto hay un granuja destrozándome las plantas.

La señora Zorra cogió el garrote y salió precipitadamente al jardín buscando al causante del destrozo; y durante su ausencia, el señor Conejo desató el saco y libertó a su vieja amiga la señora Tortuga, y en su lugar puso un panal de la señora Zorra lleno de abejas y zarandeó el saco hasta que éstas se enfurecieron más que un perro rabioso.

Poco después llegó la señora Zorra con airado cero; cerró de un portazo, y el señor Conejo y la señora Tortuga prosiguieron en su escondite de los arbustos para ver qué ocurriría. Pronto oyeron un terrible estrépito, y la señora Zorra salió echando chispas de la casa, aullando y gritando hacia el bosque, perseguida por las abejas que le iban picando.

-Eso le enseñará -dijo el señor Conejo- a no meterse con tortugas respetables y pacíficas.