EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD


Horacio García semejaba ser una de las tantas víctimas de la guerra. Caminaba con gran dificultad, apoyándose en un par de bastones-muletas. Joven, rubio, simpático, tenía en los ojos ese sedimento de tristeza que caracteriza a la mayoría de los lisiados.

La historia de su desgracia era, empero, muy común, no así la de su curación, que merece ser relatada porque encierra un magnífico ejemplo de voluntad.

En un accidente automovilístico sufrió varias fracturas en ambas piernas y estuvo internado largo tiempo. Fue operado dos veces; permaneció largos meses con las piernas enyesadas y, al ser dado de alta, los médicos opinaron que no podría ya valerse de ellas, y le recomendaron el uso de una silla con ruedas para moverse.

Perspectivas tan desconsoladoras abrieron las puertas a una profunda angustia que invadió su espíritu. Pero un día se propuso vencer al mal.

Por las noches, mientras sus familiares dormían, se levantaba con gran cuidado y, apoyándose en los muebles más cercanos, consiguió tras lento pero constante y doloroso adiestramiento, dar los primeros pasos.

Después de varios meses de repetir, noche tras noche, el agotador esfuerzo y cuando calculó que sus piernas habían adquirido la elasticidad y el vigor necesarios para darle apoyo, encargó a un amigo un par de bastones-muletas, rogándole se los trajera en el mayor secreto, pues quería dar una sorpresa a sus padres.

Y un día, mientras la familia almorzaba, él se presentó emancipado para siempre de la silla de ruedas. ¡Su voluntad había ganado la incruenta batalla! Al verlo andar por sus propios medios, todos quedaron atónitos; la madre fue la primera en levantarse y correr a abrazarlo, llorando de alegría.


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