EL ESPÍRITU DE SALOMÓN


Un anciano se ocupaba todo el día, hasta las horas de mayor calor, en cultivar su heredad, sembrando con sus propias manos las semillas en el seno fecundo de la tierra.

Un día vio, lleno de temor, que a la sombra de un roble se erguía una figura venerable.

-Yo soy Salomón -díjole-; ¿qué haces aquí, anciano?

-Si tú eres Salomón -contestó el labrador-, ¿por qué me lo preguntas?

Cuando era joven, me enviaste a casa de la hormiga; yo la observé, y aprendí a imitarla. Soy laborioso y, también, muy ahorrativo.

-Comprendiste a medias la lección -replicó el espíritu-. Vuelve nuevamente al hormiguero; allí aprenderás a reposar en el invierno de tu vida y a gozar de los bienes que hayas acumulado.


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