El misterio de los relojes que. andando bien, atrasan


Pero Einstein fue mucho más allá todavía. Veamos: si suponemos que un grupo de personas observa un suceso y luego nosotros le preguntamos a cada una cuánto tiempo cree que duró el mismo, no nos ha de extrañar que la mayoría de ellas nos digan tiempos distintos. Para unos el suceso habrá durado más, para otros habrá durado menos. Si queremos evitar discusiones, tenemos que recurrir a un agente externo, imparcial, a un elemento físico que no esté, como nosotros, sometido a diferencias de apreciación. Tal, por ejemplo, un reloj que no atrase ni adelante nunca, que sea eternamente constante en su marcha. Bien; supongamos que tenemos estos relojes exactos; dispongámonos a medir con ellos el tiempo que dura un suceso; con tal objeto, mientras una persona lo hace desde su escritorio, otra realiza la medida desde un tren que se mueve con velocidad uniforme, pero muy elevada. ¿Medirán ambos el mismo tiempo? No; la Teoría Espacial de la Relatividad afirma que la persona que viaja en el tren habrá medido un tiempo menor que la persona que lo hizo desde su escritorio. En efecto, según esta teoría, las medidas de tiempo son relativas y dependen de la velocidad que posee el observador al realizar la medida. Cuanto mayor sea la velocidad, menor será el tiempo medido; en otras palabras: los relojes andan más despacio a medida que aumenta la velocidad del sistema en que funcionan. ¿Y cómo es que nosotros no lo hemos notado hasta ahora? Pues porque es necesario que las velocidades sean muy grandes para que las diferencias se hagan apreciables; las velocidades comunes desarrolladas por nosotros en la Tierra son muy pequeñas comparadas con la velocidad de la luz, que para la teoría de la relatividad es el patrón de las velocidades. Todo esto puede comprobarse fácilmente mediante el desarrollo matemático de esa teoría.

Nuestras medidas de tiempos realizadas en la Tierra estarán entonces afectadas por la velocidad de la Tierra y no habrán de concordar con la que, por ejemplo, realicen los habitantes de algún otro planeta que se mueve con velocidad distinta a la nuestra. De modo, pues, que el tiempo no es algo absoluto, sino que depende del lugar en que se lo mide.