Los precursores de la escuela de Siena. Duccio di Buoninsegna


Pero si grande es la admiración que despiertan las ciudades de Italia, mayor ha de ser cuando conozcamos de qué modo vivieron aquellos hombres y cómo y en qué circunstancias produjeron sus maravillosas obras.

Existe en Toscana, al norte de Italia, una pequeña ciudad llamada Siena, lugar tranquilo y suave, bañado por el sol, donde al promediar el siglo xii comenzaron a surgir las primeras manifestaciones de esa fuerza espiritual que hemos llamado Renacimiento.

El Renacimiento, considerado como la vuelta de las artes plásticas al ideal clásico de griegos y romanos, fue también una reacción lógica contra los esfuerzos del movimiento gótico al norte de los Alpes. Aportó el Renacimiento nuevos temas, materiales, técnicas y procedimientos, y un extraordinario sentido de la belleza, muy distinto de las concepciones románica y gótica que lo habían precedido, se insinuó entonces detrás de dicho movimiento, en el que se aprecian una vivacidad y una agilidad de líneas que pronto ganaron el corazón de los hombres, encontrando eco en las construcciones arquitectónicas, en las líneas escultóricas o en el rico colorido de sus cuadros.

Uno de los primeros nombres que se perfilan con caracteres bien definidos es el de Duccio di Buoninsegna, el Sienes, pintor de ingenio que al terminar una tela para el altar de su iglesia provocó tal admiración entre sus conciudadanos, que las autoridades del lugar decretaron festivo el día en que se la expuso por primera vez.

El acontecimiento, que no es único en la historia del arte italiano, abrió nuevos senderos, pues durante siglos los hombres del pueblo se interesaron vivamente por las obras de arte.

Duccio di Buoninsegna vivió de 1255 a 1340. En su pintura encontramos fundidos, en extraña armonía, el nuevo sentido de la belleza con la grandeza inanimada del arte bizantino, que se había extendido sobre el arte cristiano de Italia como manto vistoso pero aplastante. Duccio comprendió y quiso explicar el significado de su vigorosa línea fría tratando de demostrar que, para que una figura parezca viva, debe presentar cierta vibración palpitante, que alguien ha comparado con el trémolo en la música. Él y sus discípulos fueron los fundadores de la escuela sienesa, que ofrece, entre sus características, un sentido del arte más histórico que individual. Tal vez sabían poco de técnica y algunos hasta carecieron de sentido común, pero todos dieron, sin embargo, un gran paso hacia la nueva concepción de belleza que tuvieron los hombres del Renacimiento. Técnicamente hicieron uso y abuso del dorado, a semejanza de la escuela bizantina de la que procedían; en el trazado y la concepción fueron un tanto elementales, lo que les valió el apodo de primitivos con que hoy los distinguimos.

La escuela de Siena fue también la primera tentativa de liberación del arte, ya que hasta entonces los pintores estaban acostumbrados a ver pinturas murales y mosaicos con motivos religiosos, realizados generalmente por orden de la misma Iglesia, de acuerdo con normas y directivas estipuladas ya desde el concilio de Nicea. Los artistas, al recibir el encargo, se comprometían, por lo general, a respetar las instrucciones recibidas, en desmedro del arte, que de ese modo no tuvo oportunidad de expresar su propia inspiración; los sieneses, al romper con tales normas, dieron nuevas posibilidades a quienes luego siguieron sus pasos.