La escultura y la pintura en el arte gótico


El mundo gótico no sólo se destacó por su brillante arquitectura. No menos brillante fue su escultura, las más de las veces realizada en piedra y otras en madera y marfil, que sirvió de complemento a aquélla decorando los portales, desarrollando en ellos la obra en alto y en bajo relieve y poblando los altares con la representación de santos y de escenas religiosas.

Estas imágenes, realizadas al principio con cierta rigidez, cobran posteriormente acentos de singular realismo. Sobre ellas, en la talla de marfil, influyó la forma curvada de los colmillos de elefante empleados, lo que hace que la cabeza aparezca echada hacia atrás y ligeramente avanzado el vientre.

Para glorificar a Jesucristo y a su Madre, la catedral de Amiens ostenta en sus portales el llamado Bello Dios y la magnífica Virgen dorada, dotado de notable serenidad el primero y de exquisita ternura la segunda, sonriendo dulcemente al Divino Niño que carga en su brazo.

En otros casos, representaciones de los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento y de los apóstoles, evangelistas y doctores del Nuevo Testamento o escenas como la del Juicio Final, de Bourges, nos brindan numerosas versiones de la Biblia, vuelta así una Biblia en piedra, cuando no asuntos históricos, como los constituidos por las galerías de reyes.

También, con honda fuerza decorativa y auxiliada por el dorado y los colores que suelen recubrirla, la escultura representó los valores de los reinos animal y vegetal, los símbolos de las estaciones, las actividades del hombre e interpretaciones de las virtudes y de los vicios.

Así, con una riqueza y perfección similar a la alcanzada por los artistas griegos de los siglos v y iv antes de Cristo, la escultura sirvió diversos destinos, y entre otros fue aplicada, independientemente de la arquitectura, a la realización de Calvarios que describen las escenas de sus distintas estaciones, o a la ejecución de tan severos como hermosos sepulcros.

Ya nos hemos referido, al tratar de los ventanales y rosetones de las iglesias, a las características vidrieras, cuyos ejemplos más brillantes son las de la Santa Canilla, las de Nuestra Señora, en París, y las de Chartres, Bourges y Reims.

Ellas constituyen la verdadera pintura arquitectónica que en los templos góticos reemplaza a las pinturas al fresco aplicadas sobre los muros en otros estilos.

Su colorido, logrado por los diversos vidrios empleados, se acentúa, en ciertos casos, por el agregado, en sus superficies, de colores al pincel.

Un álbum de dibujos originales, obra del arquitecto picardo Villar de Honnecourt, conservado en la Biblioteca Nacional de París, nos ilustra sobre la habilidad y el procedimiento empleados en aquel tiempo en materia de los más diversos diseños.

Y ciertos libros religiosos, como los llamados evangeliarios, salterios y libros de Horas, nos explican en qué consistió el arte delicado y sutil del miniado y de la iluminación, destinado a dotarlos de orlas decorativas y de letras capitales refinadas.

La historia registra el nombre de algunos artistas dedicados a este género de pintura, tales los tres hermanos Limbourg y Andrés Beauneveu. Felizmente, se conservan algunos ejemplos de esos trabajos; así el Salterio del rey San Luis, guardado en la Biblioteca Nacional de París, y los llamados Las horas y Las muy ricas horas del duque de Berry, que se exhiben en el Museo Conde, de la ciudad de Chantilly.