El sistema constructivo propio de la arquitectura gótica


Egipcios y asirios, griegos y romanos dieron origen a construcciones que llamamos clásicas, cuyas paredes y columnas constituyen el soporte de dinteles y techos horizontales o de arcos y bóvedas corrientemente semicirculares.

Actualmente, una feliz alianza del hierro y del hormigón (cemento, arena y piedra que mezclados con agregado de agua luego se endurecen), a la que denominamos hormigón armado, constituye la original solución moderna del arte de construir.

Entre la original construcción clásica generada en la Edad Antigua y la original edificación moderna de nuestros días, el medievo generó el original sistema gótico. En éste la estabilidad del edificio se logra por una sabia asociación de pilares y columnas, contrafuertes (como los románicos ya descritos), bóvedas, aristones (nervaduras de piedra saliente en los encuentros de las bóvedas), arbotantes (arcos exteriores de piedra que se apoyan en las paredes más altas y descansan en las más bajas) y pináculos (elegantes torrecillas que suman su peso al de los pilares sobre los que se asientan).

La arquitectura gótica que analizamos, corrientemente ejecutada en piedra y pocas veces en ladrillo, se equilibra, pues, dentro de un sistema propio. El peso de sus bóvedas, denominadas de crucería, descarga sobre las nervaduras, que lo trasladan a pilares, columnas o haces de columnas, para llegar así al suelo resistente a través de los cimientos. Las paredes ya no juegan un papel importante en el equilibrio; y si bien en algunos sitios se refuerzan con los contrafuertes (procedentes de la arquitectura románica), en otros admiten la formación de grandes ventanales o hermosos rosetones circulares destinados a la iluminación de los interiores. Finalmente, el arbotante, comportándose en lo alto de los exteriores como una muleta de piedra, y el pináculo, aportando a la obra su peso propio y el de las esculturas que a veces lo adornan, logran dar mayor estabilidad al edificio.

Si bien este sistema gótico resolvió de manera original la construcción de un edificio, su puesta en ejecución fue mejorada por los múltiples recursos aplicados al dotarla de una delicada elegancia decorativa y al tornar así la obra en algo hermoso.

Bajo la techumbre, independiente de las bóvedas que cierran un templo o emergiendo de los planos inclinados de los techos cerrados por sólidas cubiertas de plomo, todo un mundo de formas decorativas -en mucho servidas por la inspiración afirmada en la naturaleza circundante- reporta belleza al monumento arquitectónico.

Analicemos aunque sea brevemente las formas que caracterizan a las obras de la arquitectura gótica:

a) La ojiva. El carácter mayor de puertas, ventanas y bóvedas surge de la naturaleza de sus siluetas. En ellas luce el arco quebrado, logrado en el diseño por dos tramos de circunferencias de distinto centro y llamados a cruzarse en la parte superior. Aunque sin fundamentos, a este arco quebrado se le llama ojiva; lo que, por extensión, hace que a la arquitectura gótica se la denomine, a veces, ojival.

b) La columna. Alargada, como sujeta a una incontenible fuerza ascensional, la columna, sea aislada, sea agrupada en haces, de fuste cilindrico, a veces dotada de juego helicoidal, en tirabuzón, arranca de basas geométricas, enriquecidas por molduras y figuras, y remata en capiteles adornados con valores vegetales, la vid entre otros, sencillos en los comienzos y de formas atormentadas en los momentos finales del estilo.

c) Las cornisas. Decorando los fríos caracteres de su geometría fundamental, ofrecen las cornisas, según las épocas, aplicaciones de una suerte de festones y largas guirnaldas de hojas.

d) Las gárgolas. La evacuación del agua de lluvia caída sobre los techos se opera por canales dotados de vertederos que la alejan de los muros del edificio. Tales vertederos, denominados gárgolas, se prestan a la representación escultórica de las más diversas y extrañas figuras, algunas grotescas, de marcada fuerza decorativa y reveladoras de la singular fantasía de sus autores. Muy conocidas son las gárgolas de la famosa catedral de Nuestra Señora de París.

e) Los rosetones. Magníficas aberturas circulares se abren en las fachadas, a altura media, y están cubiertas de vidrio coloreado similar al de las vidrieras que cierran los ventanales. Algunas, organizados sus rayos en piedra, ofrecen en su perímetro sucesivos arcos que se entrelazan a aquellos dando la impresión de festones.

f) Los tímpanos. Forma geométrica que evoca los frontones de los templos griegos; estos tímpanos, en ángulo agudo, enmarcan las portadas, descansan sobre columnillas y encierran esculturas resueltas en alto relieve y con acumulación de numerosas figuras. Represéntase a menudo, en el correspondiente a la fachada principal, el Juicio Final y en las laterales, escenas de la vida de la Virgen.

g) Las torres. En una arquitectura como la gótica, llamada a acentuar la línea vertical y a dotar al edificio de una fuerza inconteniblemente ascensional, las torres, pareadas en la fachada principal, desempeñaron un papel preponderante, pues estaban llamadas a verse coronadas por una prolongada y aguda flecha, y tenían como función alojar juegos de potentes campanas de bronce y a ostentar, a veces, relojes públicos muy curiosos por sus mecanismos y por la alegre música de sus carillones. Raras son las grandes catedrales francesas que ofrezcan terminadas sus torres. Muchas de ellas, truncadas a cierta altura, carecen de flecha.

h) La torrecilla. Surgiendo por encima del encuentro de la nave transversal con el crucero, estas elegantes torrecillas, terminadas en una flecha que remata en el signo de la cruz, se destacan en el exterior de las catedrales con singular elegancia.

i) Las balaustradas. Están resueltas a veces con sucesivas columnillas y otras con frisos perforados en formas de tréboles o figuras llameantes, y recorren las fachadas con pujante fuerza decorativa.

j) Los ventanales. Organizadas sus formas en piedra, su estereotomía, o sea la manera en que están éstas talladas para su conveniente aplicación, resalta en las siluetas de los arcos ojivales de cierre y en los pilarejos, llamados parteluces, que enmarcan sus múltiples secciones. Así los ventanales constituyen el soporte arquitectónico de las vidrieras. Esta parte está organizada como lo fuera en la obra románica e ilustra la vida de los santos o episodios de las Sagradas Escrituras. La luz solar da exquisita vida a estos trabajos -la verdadera pintura gótica-, y al penetrar en los ambientes caracteriza su atmósfera y las paredes y pisos en que se proyecta con múltiples efectos de colores.