LA CRUZ MILAGROSA


Millares de indios rodeaban, desde hacía ocho días, el diminuto fortín que el capitán Héctor Rodríguez, subalterno del adelantado don Juan Torres de Vera y Aragón, había levantado no lejos de las Siete Puntas del río Paraná, y que dio origen al pueblo llamado San Juan de Vera de las Siete Corrientes, hoy ciudad de Corrientes, capital de la provincia del mismo nombre en la República Argentina.

Inútiles fueron todos los intentos realizados por la indiada para apoderarse del fortín. La pequeña fortaleza parecía inexpugnable y sus defensores imbatibles. Los indígenas atribuían aquella asombrosa resistencia a las virtudes de una cruz de urunday que el capitán Rodríguez había hecho colocar frente a la empalizada, en las afueras del fortín.

Para destruir ese sortilegio, se empeñaron los indios en quemar la cruz. ¡Vano propósito! A pesar de todos sus intentos, pese a la gran hoguera que encendieron a sus pies, la cruz no ardía: ¡el madero, extrañamente, parecía incombustible!

Insistieron los indígenas una y otra vez y, de pronto, ante su asombro y temor, vieron que cada vez que se aproximaban al sagrado leño con intención de prenderle fuego, rayos y truenos partían de él. El último indio que pretendió quemarla -cuenta la leyenda- fue fulminado por un rayo que cayó de lo alto, aun cuando el cielo se hallaba en ese momento completamente despejado.

Los indígenas, asustados, emprendieron la huida y, por intermedio de sus caciques, concertaron la paz con los españoles, quienes les exigieron que se retiraran a varias leguas de distancia del lugar.

La Cruz de los Milagros, como ahora se la llama, se conserva como reliquia en la iglesia Matriz de la ciudad de Corrientes, cuyo escudo de armas presenta, en la parte inferior, una cruz envuelta en llamas, recuerdo del legendario episodio que suscintamente acabamos de relatar.


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