Historia de un esclavo


Si alguna vez vas a Argelia, oirás nombrar a Jerónimo; ahora vamos a contarte aquí su curiosa historia.

Jerónimo era un árabe originario de esa región, donde nació a mediados del siglo xvi.

Durante una expedición, fue hecho prisionero por la guarnición española de Oran, donde lo bautizaron según los ritos del cristianismo.

Cuando sólo contaba ocho años, consiguió escaparse y reunirse con sus antiguos camaradas. Entonces renunció a su nueva religión y otra vez se hizo mahometano. Pero la enseñanza que había recibido durante su cautiverio había hecho honda impresión en él. De nuevo volvió a unirse a los españoles, y otra vez se hizo cristiano.

Poco tiempo después, sin embargo, en cierta ocasión en que iba embarcado, volvió a caer en manos de sus enemigos, que en aquella ocasión eran unos piratas moros, quienes lo condujeron a Argelia para venderlo allí como esclavo.

Hallándose, en cierta ocasión, junto con otros compañeros en desgracia, en el mercado de esclavos, pensando en qué clase de amo sería el que le correspondería en suerte, viose de pronto escogido por un agente del gobernador de la ciudad, que no vaciló en entregar el precio que por él se pedía en la venta.

Su amo era un mahometano severo y cruel, que exigía a todo esclavo suyo que abandonara las creencias religiosas que tuviese.

Es sabido que los mahometanos no se contentan con profesar ellos su religión, sino que creen un deber hacer que la adopten todos aquellos que los rodean, y para conseguirlo se valen de todos los medios posibles.

No obstante, Jerónimo rehusó abrazar la religión mahometana. Su amo se puso furioso y lo trató con extrema brutalidad. Cuando se dio cuenta de que con estos tratos no conseguía el fin deseado, le ofreció grandes regalos e incluso la libertad, si se prestaba a acceder a sus deseos.

Pero Jerónimo se mantuvo firme.

Por aquella época se estaba construyendo un nuevo fuerte, y Jerónimo trabajaba en él. junto con otros obreros ocupados allí.

Parte de su trabajo consistía en la fabricación de grandes bloques de cemento, destinados a los muros.

El procedimiento era el siguiente: se mezclaba el cemento, en grandes cantidades, con agua, y se echaba en cajas de madera. Cuando se convertía en masa sólida, era sacado de las cajas, y los bloques ya firmes, se utilizaban como grandes moles de piedra.

Un día, cuando el gobernador se paseaba entre sus obreros, sus ojos se fijaron en Jerónimo, en el preciso momento en que éste iba a prender fuego a un barreno, que haría saltar las piedras, y tal vez abriese la puerta de su libertad.

Una idea terrible cruzó entonces por la mente del gobernador. Llamó aparte a Jerónimo y le dio a escoger entre cambiar de religión o ser enterrado vivo dentro de una de las cajas de los grandes bloques de cemento.

Jerónimo rehusó con todas sus fuerzas el apostatar de su religión, y entonces el gobernador, a quien la ira le había hecho perder la serenidad, ordenó que el cristiano fuese atado de pies y manos y que su cruel sentencia se cumpliera.

Así se hizo, y el gran bloque de masa endurecida en que estaba enterrado Jerónimo, fue llevado al muro en construcción.

Al verle morir impasible, el gobernador, que sin duda no esperaba que fuera tal el valor demostrado por Jerónimo, exclamó:

-¡Jamás creí que este perro cristiano fuera capaz de morir tan estoicamente!

La noticia del suceso llegó a oídos de uno de los amigos de Jerónimo, un monje español llamado Haedo, quien tomó buena nota de lo sucedido. Esto ocurría en 1569. Casi 300 años más tarde, en 1853, las circunstancias obligaron a derruir el fuerte, y uno de los encargados de la obra, conocedor de la historia, quiso convencerse de si ésta era cierta. Sus trabajos fueron coronados por el éxito, pues el 27 de diciembre del mismo año. se descubrieron los restos del mártir encerrados en la masa de albañilería, tal como el viejo monje los había descrito tres siglos atrás.

Los restos fueron cuidadosamente extraídos y llevados con gran ceremonia a la catedral de San Felipe, donde aun hoy se conservan en un sepulcro de mármol.

Y para perpetuar la memoria de la fidelidad y valor de Jerónimo, se vació el hueco que su cuerpo había dejado en el cemento, sacando con tal molde un modelo perfecto de la conformación de su cuerpo, en el que aún pueden verse las cuerdas con que fue atado, e incluso los pliegues del vestido que llevaba.

Este modelo está ahora en la sede gubernamental de Argelia, donde epilogó esta historia.


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