EL ZAR OBRERO


Pedro I de Rusia, llamado con justicia Pedro el Grande, con el intento de civilizar su país, que estaba sumamente atrasado, decidió emprender a fines del año 1600 una tarea inaudita. Para el futuro desarrollo comercial e industrial de Rusia una cuestión sustancial era poder disponer de puertos marítimos y de las necesarias vías de comunicación.

Al emprender una tarea tan importante, se encontraba sin técnicos y sin hombres de confianza. Por ello, él mismo salió de su imperio y pasó dos años en Holanda a fin de aprender las artes útiles, especialmente la construcción naval, y así crear una marina por sí mismo. Eligió para vivir el laborioso pueblo obrero de Saardam. En él moró dos años vistiendo la blusa de los operarios con el nombre de Pedro Mikhailov. Allí, a su vista, se presentó un espectáculo nuevo para él: aquella multitud de hombres ocupados, el orden, la limpieza, la exactitud de los trabajos, la prodigiosa celeridad con que se construía un navío y se lo aparejaba, y la increíble cantidad de máquinas y almacenes que hacen el trabajo más fácil y seguro. El zar, convertido en obrero, se puso a manejar el hacha y el compás, y se esmeró por llegar a ser un excelente carpintero de obra. Comenzó por comprar un barco, cuyo mástil fabricó él mismo; luego trabajó en todas las partes de la construcción de un navío, viviendo exactamente como los trabajadores de Saardam; se vestía y comía como ellos, trabajando en las fraguas, en las cordelerías, en los molinos -de que está rodeado el pueblo en prodigiosa cantidad-, en los que se sierra el pino y el roble, se hace el aceite, se fabrica el papel y se trabajan los metales útiles. Asombrados al pronto los obreros de tener un soberano por compañero, lo trataron después familiarmente. Con sus propias manos concluyó un navío de sesenta cañones y lo envió a Arcángel, que en esa época era el único puerto de Rusia en el mar Blanco. Después contrató con destino a su país gran número de operarios de todas las profesiones, pero sólo quería los que él mismo había visto trabajar. Aparte de la construcción naval con todos sus secretos, aprendió ingeniería y física prácticas. Aún existe en Saardam la casa donde vivió, a la que han dado-el nombre de “casa del príncipe”.

De regreso a su vasto imperio, era su distracción favorita, después de despachar los asuntos de Estado, la de examinar todo con atención minuciosa: visitaba a menudo las fábricas y talleres con el objeto de fomentar la industria que había creado. Muchas veces se lo veía en las fraguas de Istia, que estaban cerca de Moscú, en las que pasó un mes entero.

Quiso aprender el oficio de herrero y no tardó en conseguirlo; unos días antes de su partida forjó algunas barras de hierro y grabó en ellas su sello; recibió de manos del dueño-de la herrería el salario de la obra en su justo precio, y con aquel dinero se compró calzado que le gustaba llevar, y decía: -Estos zapatos los he ganado con el sudor de mi rostro.

Pedro el Grande introdujo en sus dominios el traje y las costumbres de Occidente, reorganizó el ejército y la marina y fundó escuelas, imprentas y laboratorios. Su imperio progresó bajo su reinado en forma vertiginosa y abrió así una ancha ventana hacia la floreciente Europa.


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