Cómo Hernán Cortés y sus parciales se apoderaron del imperio de Moctezuma


Los españoles se encontraron en México bien aposentados, atendidos y abastecidos de alimentos y ropas, y se les había permitido repartirse un tesoro que hallaron en el palacio de Axayácatl al derribar un muro para construir un altar. No obstante, dado los planes que abrigaban, su situación era insegura: no formaban sino un puñado de extraños dentro de una enorme urbe, densamente poblada, cuyos habitantes podían fácilmente acabar con ellos. Tomar la ciudad constituía pues un problema de astucia, más que de fuerza; Cortés pensó que apoderándose de la persona de Moctezuma, los mexicas se someterían por la veneración que profesaban a su soberano. Pronto preséntesele la ocasión de poner en práctica su plan y justificarlo, por añadidura: un súbdito de Moctezuma había dado muerte a Juan de Escalante, a quien Cortés dejara al frente del destacamento de la Villa Rica de la Vera Cruz. Moctezuma, acusado de instigar el acto, fue tomado en rehenes junto con sus deudos, y conducido al palacio que ocupaban los españoles. A partir de ese momento los emisarios del conquistador comenzaron a recorrer el imperio en todas direcciones, rescatando inmensos tesoros; pero lo que creó un sentimiento de irritada aversión a los extranjeros fue el implacable cumplimiento de las órdenes de destrucción de las imágenes de los dioses aztecas dadas por Cortés, y su sustitución por la cruz cristiana. Los mexicas comenzaron a conspirar para arrojar a los invasores, y de no mediar una imprevista circunstancia, muy malamente habría concluido la empresa de Hernán Cortés. El acontecimiento inesperado lo constituyó la llegada de una poderosa armada, que al mando de Panfilo de Narváez enviara el gobernador de Cuba con la misión de prender a Cortés. Más de 1.400 hombres bien armados y pertrechados vinieron a incorporarse así a la reducida hueste del conquistador, pues éste compró por el soborno y tentando su ambición a los que venían a reducirlo a prisión, después de presentarse osadamente ante ellos. Entretanto Pedro de Alvarado, que había quedado en México al frente de una guarnición de 130 soldados peninsulares y numerosos tlaxcaltecas aliados, aprovechó la ausencia de Cortés para consumar una espantosa matanza entre los indígenas reunidos en gran número ante el templo mayor para celebrar las fiestas de sus dioses; en tanto los indios danzaban indefensos y desarmados, Alvarado ordenó abrir fuego sobre ellos, y cubriendo las salidas, despojó a vivos y muertos de cuanta pieza de oro llevaban encima. Centenares de indios cayeron de tal suerte; cuando la noticia se extendió por la ciudad, los guerreros mexicas tomaron al instante las armas y atacaron a los españoles reduciéndolos al palacio que les servía de alojamiento, donde quedaron sitiados.

Alvarado recurrió a Moctezuma para que hablara a sus súbditos y les hiciera desistir del ataque que se aprestaban a emprender; las palabras del soberano cautivo fueron escuchadas con reverencia, y el ataque quedó suspendido; pero el cerco no se levantó.