Los doctores Tomás Romay y Francisco de Arango, figuras de relieve y respeto


Tomás Romay nació en La Habana el 24 de diciembre de 1764, época en que no estaba bien definida la división entre cubanos y españoles. Estaba llamado a ser, y lo fue, un gran patriota cubano. Estudió en el Seminario de la Universidad de La Habana, donde se doctoró en filosofía y medicina en 1791, a los 28 años de edad. Fue catedrático de texto aristotélico y de medicina y un valioso auxiliar de Luis de las Casas durante el gobierno de éste. Como economista y médico, publicó obras como El cultivo y la propagación de los colmenares, Memoria sobre la fiebre amarilla y Progreso de la vacuna en la Isla de Cuba. Contribuyó a fundar la Sociedad Económica de Amigos del País. Sus Memorias son aún muy útiles. Le corresponde la gloria de haber fundado la primera biblioteca en la isla. Fue director del Papel Periódico, primer diario que se publicó en Cuba. Cuando en 1804 llegó a La Habana el doctor Balmis, comisionado por Carlos IV, rey de España, para propagar en la América española e! virus antivarioloso, encontró que éste ya se aplicaba en la isla por iniciativa del doctor Romay, que lo había tomado de niños vacunados traidor, de Puerto Rico, y que Romay había publicado su escrito sobre la introducción de la vacuna. Sin embargo, en 1820 fue víctima de acusaciones y de un alboroto urdidos contra su persona. Calumniado y befado indignamente, Romay apostrofó a sus detractores en un escrito intitulado Purga urben, que dio motivo a que muchos de ellos se lanzasen a la calle y pidieran su muerte. Romay salió ileso y, más todavía, creció en el aprecio de sus conciudadanos hasta su muerte, ocurrida en 1849.

Francisco de Arango, contemporáneo de Romay, nació en 1765. Se dedicó a la abogacía, y se graduó en España a los 24 años de edad. Como apoderado del Ayuntamiento de La Habana en Madrid, empezó a darse a conocer, animado del patriotismo polemista que optaba por la evolución. Censuró la administración colonial, abogó por la libertad de comercio y defendió enérgicamente la agricultura a la que ayudó a fomentar por cuantos medios estuvieron a su alcance. Abogó asimismo por la libertad del comercio de esclavos. La creencia de que sin el concurso de los esclavos la agricultura no prosperaría, llevó a Arango a procurar esta medida. Por su iniciativa y esfuerzos se creó después el Real Consulado de Agricultura, de cuya institución fue síndico. Fue diputado a Cortes, consejero de Indias y superintendente general de Hacienda. En 1818 obtuvo un nuevo triunfo con el decreto de Fernando VII sobre el comercio libre. Como publicista fue fecundo. Sus obras más notables son: La agricultura y medios de fomentarla; Máximas económico-políticas sobre el Comercio Colonial; Extracto del “Espíritu de las Leyes” de Montesquieu; Noticias útiles a nuestra agricultura y comercio, etc. Ejemplo de infatigable actividad, consiguió con su palabra y su acción reclamadora, demostrativa y práctica, lo que la espada no hubiera conseguido en su época. Murió en 1837, a los 72 años.