Las invasiones inglesas dieron a los criollos conciencia de su propia fuerza


Todavía en los comienzos del siglo xix, la ciudad de Buenos Aires recibiría el título honorífico de “La Muy Noble y Muy Leal”, como premio a la esforzada acción guerrera con que sus hijos arrojaron de sus playas al invasor británico, al que enfrentaron en lucha desigual.

Tras la victoria de Trafalgar, que les dio el dominio de las rutas oceánicas, los británicos conquistaron, con el objeto de asegurarlo, la Ciudad del Cabo, en el extremo meridional del continente africano, y se volvieron luego hacia las prósperas tierras sudamericanas, tal vez con el ánimo de imponer en ellas la dominación que las colonias de América del Norte habían sacudido hacía apenas un par de décadas. Dicha empresa tuvo principio de ejecución bélica en junio de 1806, cuando apareció en el río de la Plata una fuerza naval expedicionaria de 1.500 hombres, comandada por el almirante sir Home Popham, el conquistador de la Ciudad del Cabo; bajo sus órdenes hallábase el general William Carr Beresford, jefe del ejército de desembarco.

Los invasores hicieron pie un poco al sur de la ciudad porteña, a la altura de la actual población de Quilmes. y se dispusieron al ataque.

Buenos Aires carecía, prácticamente, dé un sistema defensivo; el castillo de San Miguel, antigua fortaleza convertida en residencia de los Virreyes, era una construcción sin valor militar; las tropas de guarnición sumaban unos 1.500 hombres, pero su organización y armamento eran harto deficientes; para colmo, estaban casi desprovistos de municiones.

El 25 de junio,, unos cuantos gauchos mal armados trataron de oponerse al avance de los ingleses, pero fueron dispersados, y después de dos días de tiroteos y combates sin trascendencia militar, la ciudad de Buenos Aires fue ocupada.