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ACLIMATACIÓN

ACLIMATACIÓN DE LOS FRANCESES EN LAS ANTILLAS


El clima de las Antillas determina como primer efecto sobre los recién llegados una excitación general acompañada de sensación de fuerza y de actividad inusitadas; pero a los cuatro o cinco días este ardor desciende, las fuerzas languidecen, la pesadez de cabeza embarga el libre ejercicio de la inteligencia, llegando a dominar el ánimo un horror al movimiento, una necesidad de reposo irresistible que sólo se disipan mediante excitaciones fuertes para reaparecer en seguida.

La transpiración abundante y el consiguiente exceso de bebidas contribuye a la enervación del cuerpo; el sueño no devuelve la actividad perdida, la mirada se apaga, el hábito exterior lleva el sello de la laxitud y de la pereza, los tegumentos están flácidos y pálidos, o bien de una coloración que indica una hematosis imperfecta.

Cuanto más cálida es la estación y sobre todo cuando soplan los vientos del Este que vienen del golfo de Méjico, estos fenómenos son más pronunciados, llegando a producir un estado de enervación dolorosa. Entonces es considerable la predisposición para todas las enfermedades reinantes, fiebre palúdica, disentería, fiebre amarilla. Si en el momento alcanzan poca intensidad estas epidemias, es de regla que por lo menos el emigrado padezca una fiebre llamada de aclimatación, que aunque principia con el aparato sintomático de la fiebre amarilla, no tiene ni su gravedad ni su terminación.

Las dos terceras partes, la mitad, la tercera y cuando menos la sexta o la sétima parte de los inmigrantes sucumben a la fiebre amarilla, y aun pasada ésta felizmente, aun queda la aptitud para las fiebres palustres, para la disentería, para las hepatitis que no respetan jóvenes ni viejos, aclimatados ni no aclimatados, sobrios ni intemperantes, hombres ni mujeres, ni soldados ni religiosos, y que parece producir una mortalidad mayor en los moradores de larga fecha.

Las vicisitudes de la aclimatación han modificado pues profundamente el organismo, el hombre ha perdido evidentemente en el cambio, se ha hecho más nervioso y más débil; pero para juzgar, en definitiva, de los resultados de la aclimatación, es necesario averiguar si ha disminuido o no su fecundidad, y al los descendientes eran aptos no sólo para vivir sino para reproducir una raza válida.

Estas cuestiones podrían resolverse mediante una estadística analítica muy extensa que nos informara sobre la natalidad, sobre la mortalidad y sobre las causas de las defunciones con distinción de edades y que tuviese en cuenta la duración de la estancia en el país, tanto respecto de los fallecidos como de los supervivientes. Por desgracia nos tenemos que atener al estudio del movimiento general de la población en conjunto.

La población blanca de la Martinica que tomó posesión de la isla en 1635, aumentó por inmigración hasta el 1740, en cuya fecha se elevaba a 15,000 blancos y 69,000 hombres de color, aumentando el número de éstos por la trata. Detenida la inmigración por la guerra de las Colonias en tiempo de Luis XVI, la población blanca disminuyó: en 1769, era de 12,069; en 1778, de 12,000; en 1898, de 9,500. Desde la abolición de la trata, la población de color parece estacionaria.

Sería un grave error demográfico atribuir esta despoblación a las vicisitudes políticas y a la guerra; porque estas causas no han detenido nunca el desarrollo de ningún pueblo que ha tenido tierras fértiles que cultivar. Además, desde 1831, esta población, con tierra y trabajo abundante, ha quedado estacionaria, a pesar de que el negro exime a la población blanca de todo trabajo fatigoso, del trabajo mortífero de la fabricación del azúcar, que da una mortalidad de 100 a 120 por mil, y a pesar de existir por termino medio once negros por cada blanco, esto es, como dice Bertillón, para alimentar cada blanco.

Es forzoso por lo tanto deducir de los hechos expuestos que la población de origen francés en las Antillas francesas parece llevada a una degeneración poco apreciable cuando se consideran las individualidades, pero realmente profunda para la colectividad, puesto que estos criollos han perdido la facultad de conservarse, de multiplicarse en proporción de las subsistencias disponibles.

Según el Dr. Rochoux, en Guadalupe las familias que no son regeneradas de tiempo en tiempo por un cruzamiento europeo, se extinguen a la tercera o cuarta generación. Las observaciones de Ruíz y la práctica constante de los colonos ingleses confirman estas ideas. La mortalidad de las guarniciones francesas es la misma en Guadalupe que en la Martinica (92 por 1000), y es evidente que la población blanca permanece estacionaria, si no tiende a disminuir.

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